Conjurar el dolor: el libro de Pilar Calveiro y sus hijas sobre una familia rota por la dictadura – FM Digital Empalme

Conjurar el dolor: el libro de Pilar Calveiro y sus hijas sobre una familia rota por la dictadura – FM Digital Empalme

En su libro “El Petrus y nosotras”, la politóloga Pilar Calveiro recupera junto a sus dos hijas la historia de su compañero Horacio Campiglia, un militante desaparecido en 1980 al que evocan en textos e imágenes que dialogan con el contexto de la lucha armada en los 70, al mismo tiempo que indagan sobre los modos del duelo cuando no hay un cuerpo presente o en las formas alternativas de la memoria, como un abrazo que solo el cuerpo parece recordar. 

Una obra muy atípica en el corpus de Calveiro, la ensayista que en títulos como “Poder y desaparición” oPolítica y/o violencia” se dedicó a analizar el terrorismo de Estado y la militancia revolucionaria de los 70. La singularidad no está en el tema –que se inscribe en su campo de indagación habitual- sino en el registro y la forma: el uso de una primera persona que desde el espejo retrovisor de su pasado propone un ejercicio de memoria junto a sus dos hijas, Mercedes y María Campiglia, a través de tres textos autónomos escritos por cada una de ellas en los que confluyen el recuerdo, el relato ajeno y hasta la invención. 

Pilar Calveiro y Horacio “el Petrus” Campiglia se conocieron en 1967 cuando cursaban el último año en el Colegio Nacional Buenos Aires y en la trama urgente de esos años armaron una familia al mismo tiempo que llevaban adelante un proyecto político, como muchos otros jóvenes de esa generación. La militancia, primero en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y luego en su fusión con Montoneros, los obligó a transitar la clandestinidad y a llevar una vida al acecho del peligro que implicó cambiar de identidad y abandonar casas enteras sin llevarse ni un objeto. Pese a todo, hubo tiempo para construir una cotidianeidad austera con charlas y siestas en San Miguel de Tucumán y la localidad bonaerense de San Antonio de Padua, hasta que un grupo militar secuestró a Calveiro el 7 de mayo de 1977 y la llevó a la Esma. 

Las dos niñas –Mercedes de poco más de un año y María de casi dos meses- quedaron a cargo de los abuelos maternos, mientras que los paternos cuidaban de Pili, la pequeña hija de la hermana de Horacio que también había desaparecido en ese mismo lapso. Calveiro sufrió la tortura y se imaginó muerta, pero un año y medio después fue liberada por sus captores. Partió con sus hijas hacia Madrid, donde se reencontró con Campiglia en 1979 en una coyuntura adversa. “Mi condición de sobreviviente, crítica de las políticas de la organización y especialmente de la conducción, me hacían inaceptable como pareja de uno de sus miembros”, evoca en “El Petrus y nosotras”. 

Conjurar el dolor: el libro de Pilar Calveiro y sus hijas sobre una familia rota por la dictadura – FM Digital Empalme

Mientras la politóloga se exiliaba junto a sus hijas en México, donde aún residen las tres, Campiglia se había convertido en pieza clave de la conducción de Montoneros y desde el exilio planeaba la Contraofensiva, el proyecto por el que muchos militantes que habían logrado salir del país regresaron convencidos de que el poder militar estaba en repliegue. La iniciativa dio origen a una nueva camada de desapariciones, entre ellas la de “el Petrus”, secuestrado en 1980 en Rio de Janeiro cuando atravesaba la última escala de su vuelo a Buenos Aires. Nunca se conoció cómo lo mataron ni se recuperaron sus restos: un duelo en perpetuo suspenso, “una historia rota”, como la define Mercedes, su hija mayor. 

A lo largo de los años, Calveiro encontró la manera de recuperar para sus hijas una dimensión cotidiana de “el Petrus” que no llevara el signo del recuerdo ajado por el tiempo: desenrolló para ellas el retrato de un padre amoroso que las instaba a vivir sin el lastre de la nostalgia y les mostró que el dolor no es un blindaje eterno que impida volver a saborear un helado o del mar resbalando por la piel. “Los que sobrevivieron nos enseñaron el compromiso de disfrutar la vida, desde la comida hasta las zambullidas en el agua y las idas al cine con un cesto lleno de pochoclo”, dice Mercedes. 

En “El Petrus y nosotras” (Siglo XXI) la evocación epocal del capítulo más sombrío de la historia argentina se funde con una memoria subjetiva que ensambla tres registros: una crónica en la que Calveiro se ajusta a la cronología de los hechos procurando que el uso de la primera persona no genere un protagonismo ruidoso, una pesquisa de tránsito poético en la que Mercedes se hunde en el mapa genealógico de la familia para encontrar la huella de su padre y una carta en la que María imagina el tiempo final de “el Petrus”, a través de “imágenes de sótanos habitados por personajes siniestros y patéticos”. 

La madre y las dos hijas conversan con FM Digital Empalme una tarde soleada de Palermo. Mercedes confiesa que no sabe si el texto le permitió encontrarse finalmente con su padre, pero que sí la llevó de regreso a sí misma. María, por su parte, se detiene en el costado problemático de los sobrevivientes de la dictadura. “Hay un trato distinto con los hijos que con los sobrevivientes. Cuando una como hija cuenta esta historia suele convocar una cosa de ternura y de empatía. Y sin embargo, siento que hay un trato poco sensible con los sobrevivientes”, destaca mientras observa de reojo a su madre, que admite: “Creo que hay cierta dificultad para escuchar la palabra del sobreviviente. El sobreviviente es incómodo para todo el mundo”, dice. 

– FM Digital Empalme: “La única memoria a la que puedo acceder es a la memoria del dolor de tu ausencia”, dice Mercedes en el texto, en alusión a ese padre al que apenas han llegado a conocer y con el que casi no hay experiencias compartidas. ¿Ese registro que fueron recopilando se nutrió también de contrapuntos como ocurre cada vez que se entabla un ejercicio de memoria con otros? 

– Mercedes Campliglia: Hubo muchas divergencias pero también muchas convergencias que permitieron construir el cuerpo del texto. En mi caso, una primera búsqueda tuvo que ver con la genealogía, con mis abuelos, con conocer algo de mi padre a través de esos padres que lo criaron. Y luego hay un segundo momento donde viene la búsqueda en los restos: las fotos, los fragmentos de cintas, los objetos que estaban en su casa. Hay un siguiente momento que tiene que ver con los relatos de otros. Mi padre siempre estuvo presente a través del relato de mi madre, que lo trajo constantemente. Pero en este caso empezamos a rastrear también a los amigos, a los compañeros del secundario, a los de militancia, como para recoger esas otras voces. 

Después viene un intento de buscar en mi propia piel. O sea, el desafío es cómo construir a mi padre que finalmente es un personaje fantástico -porque son una serie de restos amalgamados con una serie de fantasías y de historias propias-, cómo construirlo para darle ese abrazo de despedida que no le pudimos dar a su cuerpo. Lo que queríamos no era construir algo muerto, sino algo vivo con lo que poder dialogar. 

-T.: Tanto el texto de María como el de Mercedes recogen la huella profunda que deja la biología o la genética, en el sentido de que acá hay un padre a quien casi no han conocido pero al que las liga un sentimiento intenso ¿Cómo se puede amar a alguien a quien casi no se conoce? La dictadura las privó de la presencia de su padre, pero no pudo con la potencia de su ausencia…  

Pilar es politóloga y especialista en terrorismo de Estado.

– María Campiglia: Hay una sensación loca de “conocerlo”. Por un lado, nosotras crecimos con los relatos de sus papás o de mi mamá en relación a él. Hay una extraña sensación de la presencia del otro en uno, que no sé si lo llamaría biológico, es como un flujo vital de una misma cosa. Yo, que no guardo ningún recuerdo de él, tengo esta sensación como de una misma energía viva que pasa y que nos atraviesa. Este padre querido, pero brumoso, es fundamental y constitutivo de lo que somos nosotras. El dejó una herencia muy poderosa. La carta y la cinta que se transcriben en el texto son lo más valioso que tenemos porque hay una herencia que da cuenta del amor y de una convicción acerca de la importancia que tiene luchar por aquello en lo que se cree, no pensar la vida de manera individual y autocentrada. Ahí estuvieron no solo mi papá, sino mi mamá.  

-T.: Mercedes, en tu texto planteás que una persona no es solo quién es a partir de que nace y hasta que muere sino que hay un linaje que la preexiste y la atraviesa. Eso justifica la búsqueda que hacés rastreando esas huellas en el árbol genealógico más próximo a Horacio ¿Qué descubriste?  

– Me. C.: La convicción de que no se puede desaparecer a una persona, porque esa persona pervive en lo que hizo y en los que quedan. Esta voluntad de buscar adentro de las tripas para ver dónde está eso de él que pervive tiene que ver con una victoria ante esta pretensión de borramiento que tuvo una sociedad autoritaria que pensó que podía sacarse del camino a aquellos que le incomodaban. Eso nos constituye, pero no se queda en nosotros sino que se lega a las futuras generaciones. Aunque haya ahí un eslabón roto, no se corta ese río que conecta lo que fueron sus padres, lo que él fue con lo que nosotras somos y lo que nuestros hijos serán.  

-T.: Precisamente te confesás muy parecida a Horacio, incluso decís que elegiste un compañero que tiene mucho de él… 

– Me. Campliglia: Aterradoramente parecido. Recuerdo mi tía cuando lo vio por primera vez me dijo: “Es impresionante lo que se parece a Horacio”. 

Crecí con la afirmación de que era muy parecida a mi padre. De alguna forma creo que en el texto no sé si me encontré con él pero sí me encontré conmigo. Finalmente no sé si se trata de él, si se trata de mí o si se trata de mis hijos, porque escribí este texto pensando en ellos. 

-T: Pese a la carga dramática de lo que evoca, se trata de un libro luminoso, que no se instala en la oscuridad… 

– Me. C.: Eso es algo que también aprendimos de mi madre. Nosotras no somos sobrevivientes de esta historia. No sobrevivimos: vivimos. Creo que ahí hay un giro que es muy importante, porque no pensamos desde lo dramático, sino desde la posibilidad de reconocer el dolor pero también de crecer y avanzar. Y tiene que ver con una enseñanza enorme de mi mamá, que habiendo pasado por tanta dificultad sale. Y no a sobrevivir, sino a vivir esta vida y a disfrutar del helado, del chocolate, del agua del mar, del sol, de la vida misma. 

– T.: Pilar, la muerte en aquellos años de militancia estaba impregnada en la cotidianidad. Había como una narrativa –la de la lucha por una sociedad más igualitaria- que permitía sobrellevar y darle un “sentido” a tantas muertes próximas. Sin embargo, cuando desaparece “el Petrus” vos ya habías tomado distancia de Montoneros.  ¿Hubo entonces algún plus de rabia cuando lo secuestran?  

– P. C.: La militancia siempre fue una apuesta más por la vida que por la muerte. La muerte era algo asumido como un costo posible. En el momento en el que salgo de Argentina después de ser liberada de la Esma decidí no volver a la militancia. Lo hice porque pensaba que no había ya posibilidad, pero no porque me pareciera que no tenía sentido tener un proyecto político. En mi diálogo con Horacio, las veces que estuvimos juntos después de que quedé en libertad, el tema de la apuesta política siguió siendo una discusión importante entre nosotros. Teníamos una mirada distinta: para mí ese era un proyecto acabado que ya no tenía posibilidad de realización, mientras que para él sí. Yo podía entender y respetar eso. Entonces, la desaparición de él y luego la convicción de su muerte, me produjo muchísimo dolor, muchísima tristeza, pero no registro una sensación de enojo. Siempre entendí que él siguió en su vida militante por convicción y respeté esa convicción.  

– T.: ¿Creés que en algún momento de esos últimos tiempos juntos se le puede haber jugado algún tipo de contradicción, en el sentido de sentir que por un lado estaba la apuesta a la familia y por el otro su implicación en esa última misión de regresar a la Argentina. Ustedes ya no tenían ese proyecto político compartido… 

– P. C.:  Nosotros nunca sentimos la vida familiar como contrapuesta con la militancia, de manera que no es que se elige entre la familia y la militancia. Horacio era un militante que tenía familia y él nunca desplazó la importancia de esa familia, hasta incluso el último momento.  El día antes de embarcarse para Panamá, estuvo conmigo. Además estuvo todo el tiempo que pudo con sus hijas, en el contexto de esa militancia. Creo que lo que se nos planteaba a nosotros no era esta contraposición entre la familia y la militancia sino una elección de vida militante que implicaba una familia, y a su vez la posibilidad de perder esa familia.  

– T.: De hecho la proximidad de la muerte empujaba también a una proximidad con la vida, y en ese contexto se da como este deseo de tener hijos, ¿Este deseo surgía como una manera de neutralizar esa carga de muerte que había alrededor, como una suerte de apuesta hacia adelante?  

– P.C.: Creo que sí. Nuestra afirmación por la militancia era una afirmación de carácter vital y de la misma manera ocurría en el contexto familiar. Nuestra vida cotidiana no era una vida ascética: teníamos muy pocos recursos pero con ellos sosteníamos una vida que trataba de aprovechar todo lo posible, en términos de lo que era disfrutable. Conviviendo con la parte de la dificultad, con la cotidianeidad de la posibilidad de la muerte, siempre estaba ese otro costado, que era el costado de la vida en todas sus dimensiones. Y los hijos son una parte sustantiva de eso.  

-T.: Hoy vivimos en una época muy distinta donde se retrasa o incluso cancela la maternidad porque algunas personas creen que los hijos pueden ser un obstáculo para la autorrealización. En los 70, por el contrario, muchos jóvenes apostaban por un proyecto colectivo tan ambicioso como cambiar la sociedad al mismo tiempo que armaban una familia ¿Cómo leen Mercedes y María estos dos paradigmas? 

– Ma. C.: Hay quienes piensan en dejarles a sus hijos un departamento y hay quienes piensan en dejarles un mundo más justo. Dentro de lo que era la apuesta por una herencia, en los años en que mis padres eran jóvenes estaba también esa mirada de que había que trabajar para construir algo que sea mejor para los hijos y para todos. Hoy en esta sociedad más neoliberal pareciera que la familia es del orden de lo privado y no de lo público. Si tú no peleas por la educación pública de los hijos, ¿qué mundo les estás dejando? La salida no está en hacer un fideicomiso para garantizar la educación del tuyo, sino en ver cómo la educación es un derecho de todos. Creo que la apuesta de la militancia tenía que ver con una apuesta por construir mejor un mundo para dejarle a los hijos y a todos los hijos de todos los demás. Un espacio en el cual crecer y ser felices. Eso será una mirada de ese tipo. 

– T.: En la cinta magnetofónica grabada por Horacio que desglosa Mercedes en el texto él coloca a la dictadura en situación de repliegue y derrota, mientras ve crecer el malestar social ¿Creen que tenía esa convicción tan inquebrantable o trataba de llevar tranquilidad y al mismo tiempo de resignificar tantas pérdidas? 

– Me. C.: Es un material muy fuerte porque se produce en el momento en que secuestran a su mujer y a su hermana, y las chicas –sus hijas y su sobrina- están con los abuelos. Ahí se ve quizá claramente cómo no hay esa distinción entre política y vida privada. El va transitando entre pensar cómo sigue la salud del suegro hasta su mirada del país. La cinta  da cuenta de eso, de cómo estaban amalgamadas una cosa con la otra. Dentro del escenario terriblemente complejo en el que estaba necesitaba construir algo que le hiciera pensar que había un sentido, que no habían muerto todas esas personas en vano. Creo que al mismo tiempo que nos hablaba a nosotros se hablaba a sí mismo. Intuyo que debió haber estado también tratando de darse fuerzas para pensar que sí había una salida. Los andamiajes con los que intenta sostener a una familia que se está desmoronando son también los andamiajes con los que la organización de Montoneros intenta sostener una apuesta que se está desmoronando. 

-P.C.: Horacio tenía una muy fuerte convicción pero no era ningún tonto. Percibía perfectamente las limitaciones, los quiebres y las dificultades pero sin embargo tenía esperanza en que eso tuviera una salida. Digo esto porque no es lo mismo pensarlo en ese momento que con el diario del lunes. Ahora uno puede decir, ¿pero cómo en esos años pensaba eso? Quiero decir, no es que tenía una perspectiva ciega, sino que representaba un tipo de mirada que vio unas cosas y no vio otras. Visto desde hoy, hay cosas que chocan probablemente en ese discurso, pero era distinto en ese momento. Hay que colocar esas decisiones en su momento y hay que poder mirarlas hoy con lo que eso representó y significa en el presente. 

– Ma. C.: La mirada sobre el pasado es inevitablemente desde el lugar que uno ocupa y ese lugar está marcado por el presente. Mi mirada hoy a casi mis 50 años no es la misma que cuando era una niñita de 8 y todavía esperaba que él entrara por la puerta, que es parte de lo que sucede con las desapariciones. No es lo mismo un asesinato con un cuerpo y la posibilidad de un entierro, que un desaparecido. Desde la mirada fantasiosa de una niña de 8 años, pues probablemente esté escondido en algún lugar, y si te arrancas suficientes pestañas para pedir el deseo de que vuelva, esto podría llegar a suceder.  

-T.: Esa ausencia de materialidad respecto a la muerte deja como el duelo en suspenso… 

– Me. C.: Deja el duelo abierto. Y ese duelo abierto no se cierra con este libro, ni se cierra con nada, pero de alguna manera se cierra parcialmente y por capas. Y este libro es un intento de ponerle como una película protectora a ese proceso que ha ido sanando gradualmente. Y que de todas formas no pretende convertir o invisibilizar el hecho de su desaparición.  

– T.: En el libro Mercedes se pregunta sobre la naturaleza de la memoria, algo así como en qué medida lo que se recuerda es solamente aquello que retiene el cerebro ¿Hay otras formas de construir memoria que no son necesariamente racionalizadas? 

– P.C.:  María tiene memoria en su cuerpo del abrazo de su padre y lo que ella recupera en las fotos que están en el libro son las manos, son los abrazos. Entonces, ahí también tenés una cosa de memoria directa inscripta en el cuerpo.  

– Ma. C.: Bueno, pues la memoria son muchas cosas. Quizás este trabajo también es un juego en ese sentido, como un revoltijo intencionado de realidades buscando esa volatilidad y ese carácter provisional de la memoria, porque la memoria es algo vivo que crece, se transforma, se modifica, se altera, se fusiona a partir de los relatos de otros y de   ficciones. La idea con el libro era crear algo nuevo y no regresar a una especie de ejercicio de arqueología detectando “donde aquí está el fósil”, sino jugar a imaginar qué es lo que este fósil pudo haber sido. Y entonces ponerle plumas y escamas y construir un ser que surge de la fantasía y también de la recuperación histórica.  

-T.: Esta historia rompe la linealidad de lo que ocurrió en los 70 en muchos sentidos. Uno tiene que ver la falta de lógica que atraviesa la complejidad de los destinos: vos Pilar estuviste tan cerca de la muerte y terminaste sobreviviendo. Por el contrario, en 1980, cuando la dictadura parecía haber declinado su accionar violento, el “Petrus” no había sido capturado y estaba en México. Sin embargo, las probabilidades se trastocaron y quien parecía condenada a morir sobrevivió y viceversa ¿Hay algo del orden metafísico que se cuela a veces en tu reflexión sobre la suerte que corrió cada uno de ustedes? 

-P.C.: Creo que eso es la absoluta imprevisibilidad de la vida. Cuando a mí me secuestraron estaba segura que me iban a matar y luego las cosas se encadenaron de tal manera que algo me saca de ese laberinto y sobrevivo. Y en sentido inverso, Horacio que tenía mayores posibilidades de sobrevivir, termina desapareciendo. Creo que eso te vincula con la incertidumbre, con la imprevisibilidad, con la idea de que todo está perfectamente fuera de nuestro control y de nuestras manos. Y si hay una historia que muestra eso así, de manera muy clara, es ésta. Mi sobrevivencia estuvo totalmente por fuera de mi capacidad de control de la situación y la desaparición de Horacio también.  

-T.: En tu caso Pilar, sos liberada después de casi un año y medio de cautiverio en la Esma. Por aquellos años, la figura del sobreviviente era problemática porque estaba acechada por la sospecha de la delación o algún tipo de colaboración con los mandos militares ¿Cómo lidiaste con esa sombra durante tu exilio? 

-P.C.: Creo que en un primer momento hubo una incomprensión. ¿Por qué nosotros habíamos sobrevivido? Y esta pregunta, “¿Por qué te dejaron viva?, no la podemos contestar porque no estuvo en nuestras manos esa decisión. Algo de eso hubo pero no fue una cosa muy importante en mi recorrido. O sea, sí existió en ese momento una incomprensión de qué pasaba con nosotros, pero también en la medida en la que hubo declaraciones, hubo posicionamientos políticos, etc, fue quedando bastante más claro qué había pasado y surgieron algunas posibles explicaciones de por qué habíamos sobrevivido. De todas formas, hay que decir que el lugar del sobreviviente es siempre un lugar muy incómodo. Hay algo que marca al sobreviviente porque no se murió. Y bueno, eso es un poco inevitable.  

– Ma. C.: Quiero decir algo como hija de sobreviviente. Hay un trato, no sé si es propio de esta sociedad solamente, que es definitivamente distinto con los hijos que con los sobrevivientes. Es decir, cuando uno como hija cuenta esta historia suele convocar una cosa de ternura y de empatía. Y sin embargo, siento que hay un trato poco sensible con los sobrevivientes. Y una rudeza en la manera en la manera en que se preguntan las cosas, No en todos los casos, pero en algunos medios es así. Cuando uno charla con alguien a quien le mataron un hijo, con alguien a quien sufrió una violación, generalmente lo que sucede en términos humanos es un gesto de empatía básico, de cuidado. Y por alguna razón que habrá que trabajar en términos sociales no pasa así con los sobrevivientes de la dictadura. Hay cierta falta de empatía, de no darse cuenta que se trata de historias que son sensibles para el otro. 

-T.: ¿Pilar, vos notás eso que dice María?  

-P.C.: Creo que hay cierta dificultad para escuchar la palabra del sobreviviente. El sobreviviente es incómodo para todo el mundo. Es incómodo para el que fue el perpetrador, porque lo denuncia, es incómodo para el que mantuvo la militancia hasta el final, porque no volvió a militar y es incómodo para los que tienen ya armados relatos de lo que pasó, porque resulta que la memoria nunca coincide punto por punto con los relatos armados. Entonces, el sobreviviente es incómodo para la sociedad en general. Lo decía Primo Levi en relación con el nazismo y creo que acá hay una cosa así. Es difícil escuchar la palabra del sobreviviente que nunca encaja muy bien y que para colmo tiene un discurso político.  

Fuente: https://somostelam.com.ar/noticias/cultura/conjurar-el-dolor-el-libro-de-pilar-calveiro-y-sus-hijas-sobre-una-familia-rota-por-la-dictadura/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=conjurar-el-dolor-el-libro-de-pilar-calveiro-y-sus-hijas-sobre-una-familia-rota-por-la-dictadura