Lejos de los considerados insumos tradicionales como óleos, pinceles o lienzos en blanco, algunos artistas de la escena contemporánea han encontrado en elementos tan particulares como inusuales la materia prima para conducir su creatividad y concretar sus producciones, al punto que lo han convertido en marca de autor: desde las escobas con las que trabaja la cordobesa Verónica Meloni hasta las cerdas de escobillones de Gaspar Libedinsky y la recientemente inaugurada muestra de Virginia Buitrón, quien suma a su producción gráfica larvas de moscas.
El arte -dice la escritora Jeanette Winterson “nos pide que pensemos de otra manera, que veamos de otra manera, que escuchemos de otra manera y, finalmente, que actuemos de otra manera” y son justamente las producciones contemporáneas las que han encontrado los artefactos más disímiles para llevarlo a cabo. Es casi como esos músicos que apenas escuchar los primeros fraseos de una canción el oído los reconoce al instante. Algo similar sucede con muchos artistas actualmente, que ostentan una estética inconfundible, como por ejemplo las esculturas de animales del estadounidense Jeff Koons, hechas de acero inoxidable, que han definido toda una generación. ¿Pero cómo se construye una narrativa a partir de una materia prima nada tradicional dentro de las extensibles fronteras de la escena artística contemporánea?
Gaspar Libedinsky
El artista y arquitecto Gaspar Libedinsky -quien por estos días exhibe un monumental arrecife artificial hecho de cerdas de escobillones en el MAR (Museo de Arte Contemporáneo de la Provincia de Buenos Aires) de Mar del Plata, como parte de Bienalsur- trabaja con elementos de limpieza. Comenzó con franelas y siguió con escobillones, trapos de piso y plumeros, que hoy conforman la imaginería principal de su producción, una operación con la que busca transformar lo ordinario en objeto de deseo.
Su muestra “Casa tomada”, en el Museo Nacional de Arte Decorativo -que fue un éxito de público- recibía al visitante con un inmenso coral artificial -de 400 metros cuadrados- realizado con cerdas de plástico reciclado utilizadas en la confección de escobillones de color rojo.
Este arquitecto que estudió en Londres y fue profesor de arquitectura en Harvard tuvo su momento “viral” en 2020 cuando el ex director técnico de River, Marcelo Gallardo, apareció en plena pandemia en una charla virtual con jugadores de las inferiores, desde su casa y, de fondo, en la pared, tenía exhibidos tres cuadros de Libedinsky, de sus “pinceladas” hechas de cerdas de escobillones.
Fue en el año 2010, cuando ganó la Beca Kuitca -un prestigioso programa para artistas, ya desaparecido- que estas ideas tuvieron su germen: “Empecé a interesarme por una identidad urbana que se había generado a partir de la crisis del 2001: el trapito o cuidacoches. Me pareció excepcional cómo se había generado una identidad urbana con una máxima economía de recursos. Es decir, una franela traspasaba el umbral del espacio privado para empezar a operar dentro del espacio público. Esta franela en mano te convertía en trapito, el uniforme más minimalista jamás creado. A partir de ahí durante 8 meses cada vez que estacionaba el auto y venía un trapito, yo le daba una propina y le compraba el trapito, algunos me vendieron, otros no. Al final completé una superficie de 5 metros por 2.50 de franelas unidas, que es lo que ocupa un auto estacionado, o sea, el módulo del sistema. Esa obra se llamó Vitraux”, evoca Gaspar Libedinsky en diálogo con Télam.
Entonces, el artista empezó a estudiar los patrones de las franelas naranjas, pero también de los repasadores, de los trapos rejilla y los de piso, y comenzó a confeccionar camisas, pantalones y sacos, doce outfits en total para una serie que nombró “Míster Trapo”: “Hay cuatro ideas fuerza que movilizan mi trabajo y que son la transformación de lo ordinario hacia lo extraordinario, revelar el deseo intrínseco de los elementos por una vida más elevada, la transformación del objeto marginal en objeto de deseo, y finalmente que la obra que se genera reorganizando el material existente”.
Al finalizar cada exhibición, la materia prima de la obra regresa al fabricante para ser reconvertida en escobillones que la gente podrá comprar en las góndolas de limpieza de supermercados. La huella de carbono es neutral: “Son instalaciones que no utilizan nuevos recursos, ni generan nuevos desperdicios”, destaca el artista e insiste en la transformación de lo marginal en objeto de deseo. “Estos elementos que por lo general están escondidos salen a ocupar los lugares estelares”, asegura.
Virginia Buitrón
Por su parte, la artista Virginia Buitrón exhibe por estos días -y hasta el 3 de septiembre en el Centro Cultural Borges- la exposición “Diapausa” en la que reúne obras realizadas con larvas de moscas y que presenta como una “colaboración interespecies”. Desde hace siete años que la artista oriunda de Quilmes realiza obras con los rastros que dejan las larvas del compost casero de residuos orgánicos. Cuando salen en búsqueda de un lugar propicio para pupar, dejan a su paso un rastro líquido y oscuro, producto de la humedad del compostaje. Los trazos, como manchas de tinta, fueron realizados sobre superficies de papel que ahora se exhiben en la sala.
“Si bien hacía varios años que compostaba con larvas de mosca soldado negra al mudarme, y cambiar de compostera, se modificaron las condiciones de humedad. Encontré dibujado el piso de la terraza con lixiviado de compost (abono líquido) y quedé estupefacta. Dejé papeles cerca de la zona por donde circulaban y al día siguiente encontré dibujos. Fue tal mi fascinación que reiteré la operación varios días. Comencé a buscar información en internet y a observarlas. Fui aprendiendo sobre sus comportamientos, ciclos y generando un vínculo afectivo, aunque cueste creerlo”, relata Virginia Buitrón a Télam.
La artista, que participó del proyecto “El libro de las diez mil cosas” de La Intermundial Holobiente para Documenta 15 (Kassel), propone a las larvas Hermetia illucens, como parte de su “equipo de creación artística”, un ciclo vital que se suma a la producción gráfica y que es, a su vez, performática. La propuesta apunta también a abrir preguntas sobre la noción de autoría.
Por ejemplo, en una de sus obras, “Biomímesis” (2017-2018), Buitrón se focalizó en imitar el trazo realizado por las larvas al pasar por el líquido lixiviado, un interrogante alrededor de la posibilidad de imitar a las larvas en su carácter de artistas.
En otro de los trabajos, los cuerpos de las larvas son tema y técnica pictórica al mismo tiempo. “¿Podrían pensarse también a las larvas como performers que pintan con todo su cuerpo?”, tal como dice en el texto de sala la especialista en arte Paula Bruno Garcén.
“Esta muestra reúne diferentes series basadas en el ciclo vital de estas moscas y en el encuentro entre especies”, señala la artista que asegura tener “muy pocas obras con materiales tradicionales a pesar de haber tenido una formación clásica”. Ha trabajado con colillas de cigarrillo, redes sociales, cáscaras de naranja y cucarachas muertas, enumera.
Para Buitrón, la obra más significativa de esta serie, que resume toda la convivencia -no solo con las larvas, sino con todo el ecosistema del compost incluyendo a pájaros, hongos, bacterias, arañas- es el “Dispositivo de Dibujo Interespecies”, un hábitat-refugio basado en el ciclo vital de las Hermetias, con dibujos incluidos en esta exposición.
La “diapausa -detalla Buitrón- es como la hibernación pero en insectos. El título de la muestra hace referencia por un lado al estadio en el que están transitando las Hermetia Illucens ahora y al que me sumo simbólicamente -como artista- cerrando este ciclo que comenzó hace siete años”.
Verónica Meloni
La artista cordobesa Verónica Meloni sorprendió positivamente en el circuito de la escena local cuando presentó, hace unos meses atrás, en la galería Rolf Art de Buenos Aires con texto de sala del crítico mexicano Cuauhtémoc Medina, “El museo de la nada”, una instalación inédita con la que llenó la sala del espacio con escobas: una constelación de posibilidades escultóricas que son fruto de las múltiples experimentaciones que ha desarrollado en su taller, donde insiste en el gesto y los elementos que constituyen y acompañan su práctica performática que gira en torno a la acción de barrer.
La práctica de esta artista -que ha exhibido sus obras en México, Nueva York, Londres, Barcelona, Bélgica o Londres- oscila entre la performance, el arte público, el dibujo, la escritura y los sucesos escultóricos. En 2020, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, realizó una performance en el espacio público con las trabajadoras y los trabajadores de limpieza del museo.
¿Pero cómo fue que incorporó estos objetos en sus producciones? “En un principio fueron actos solitarios y cotidianos, ‘no-haceres’ que potencian la observación y la atención a la vez que liberan las acciones de gestos parásitos y rutinarios. Es así como agarré la escoba para escribir o dibujar, también para recomponer fragmentos de objetos que se me caían. La práctica de performance más ‘purista’ se basa en estos no-haceres donde gestos y objetos se liberan de su utilidad”, cuenta Verónica Meloni a Télam.
Mediante el barrido, la artista propone escenificaciones del íntimo proceso de la escritura y del dibujo en tiempo real. A mediados del 2020, en una vieja cúpula en el edificio donde renta su vivienda en Córdoba -un habitáculo abandonado donde la conserje guardaba sus instrumentos de limpieza- Meloni improvisó un laboratorio para experimentar con el presente y pasado de la historia del arte. La llamó su “cueva de la impermanencia”, entre escobas, trapos, polvo y guantes percudidos.
Para la artista, “al ser una acción tan cotidiana y común, el gesto de barrer cobra múltiples sentidos tanto en mis performances en solitario como en las intervenciones colectivas que he realizado con varias comunidades”.
Y añade: “Cuando esta experiencia deviene en interacciones con otros- que nunca han sido artistas sino personas por fuera del sistema del arte- las experiencias han tenido todo tipo de tonos: rituales colectivos casi chamánicos, reivindicaciones de corte político y social, fortalecimiento del vínculo con y en el espacio público. Una gran serie de coreografías afectivas y de cuidado”, desmenuza Meloni.
“La gran mayoría de mis obras están hechas para desaparecer: ¿en qué museo podrían estar? Tuve que inventarlo: el museo de la nada”, dispara la creadora que se prepara para exhibir una instalación desde el 10 de agosto en la Embajada de Brasil, como parte de Bienalsur.
Fuente: https://www.telam.com.ar/notas/202307/634825-arte-contemporaneo-insumos-no-tradicionales.html