Es, ante todo, un buscador. A su modo, un renacentista que quiso recorrer, abordar todo, y fue dejando constancia por escrito. La divulgación es lo suyo como género, pero también como pulsión de vida. Algunos lo conocimos por su fenomenal crónica “Punk: la muerte joven”, escrita in situ y en tiempo, en la capital británica. Fue embajador de la new age local a bordo de su revista Uno mismo, y hay sin duda quien pasó por las páginas de “Para principiantes…”, colección que creó y dirigió en editorial Longseller.
Varias décadas más acá, algunos habrán encontrado a Juan Carlos Kreimer en “Bici Zen”, su libro ágil, psico-filosófico, sobre el ciclismo urbano, expresión de un particular movimiento interno-externo que se tradujo en diez idiomas. El artista como buscador espiritual –otro de sus ensayos recientes, inmediatamente previo al recién salido de imprenta Búzios era un hospital de tránsito– nos lleva a la primera pregunta…
-Juan Carlos, escribiste que “todo lo habitualmente descartable puede querer manifestarnos algo” ¿esto tiene que ver con que quizás lo que consideramos relevante no lo sea y viceversa? ¿Cómo lo explicarías aplicado a nuestras vidas cotidianas?
-Digamos que en el marco de la creación artística resulta fundamental entrar en contacto con un mundo que se nos presenta en la mente sin palabras ni formas definidas; ese material carga el elemento que puede darnos una pista valiosa para tirar de ella; lo importante es aprender a movernos en lo desconocido, en lo incierto.
-Esto tiene que ver entonces con otro valor clave en tus páginas: “el mundo abstracto”
-Sí, porque ese es el ámbito que tiene algo de la pureza previa al paso por el filtro del yo, de la personalidad de cada uno, de los miedos, de las expectativas. Esto puede desestabilizar muchos sistemas de creencias que nos dan cierta seguridad, pero en esencia es lo que los ámbitos terapéuticos se llama “contacto” con lo que sentís, no con lo que pensás que deberías sentir. Si asumís que la información mental no es producida “en” tu cerebro sino que pasa “a través” de él, te abrís a nuevos mensajes.
-¿Y esto cómo se relaciona con el arte?
-Cada uno de nosotros es una materialización de la energía cósmica, un representante de ella en esta dimensión, una antena que capta, procesa y emite como parte de una gran red. Las personas que se dedican a alguna actividad artística, o de servicio humanitario, o de búsqueda de más sentidos en esta realidad, experimentan esa energía pasando por ellos como si fueran un instrumento. La vibran…
-¿Qué le dirías a quien se siente “bloqueado”, en su proyección artística o en su vida como obra?
-No hay un bloqueo igual a otro. Pero esa imposibilidad merece tomarse como una puerta a atravesar y no algo que cierra el paso. Esa puerta es parte de la energía que acompaña el proceso creativo. Además, es clave permitirnos errar, una y otra vez, hasta sentir que lo que hacemos era lo que sería quería expresar. Samuel Beckett decía: “Fracasá, fracasá cada vez mejor.” No hablaba de derrota, hablaba de valentía, de búsqueda, de pasos para ir encontrando ese mundo interno.
-¿Qué te llevó a escribir aquel libro ya de culto titulado “Punk: la muerte joven” y en qué contexto lo hiciste?
-En los primeros meses del ´76, recién llegado a Londres, yo había escrito una nouvelle titulada “De ninguna parte”; allí registraba mis vagancias por esos submundos que se me presentaron. Veía en ellos indicios de una nueva actitud de rechazo y rebeldía generacional que estaba emergiendo mientras “el estado de bienestar” agonizaba. Como las flores en los tachos de basura, en los punks vi las manifestaciones sinceras de lo que estaba haciendo la sociedad con gente: pasarla por la picadora de carne. Aquel primer texto fue rechazado por editores españoles (ahora aparece publicado junto a “Búzios era un hospital de tránsito”) pero mi agente literaria entreleyó en esas páginas las raíces de un movimiento, y me encargó un libro-crónica. En principio lo tomé como un trabajo de investigación. Pero en lo que recogía había tanto con lo que me sentía identificado que terminé sintiendo lo que hacía como algo propio, más allá de lo que correspondiera a los verdaderos protagonistas músicos, poetas, pintores, diseñadores de ropa, ideólogos, agitadores culturales…
-Te conocemos como autor, pero también como coordinador de propuestas –en algunos casos grupales– ligadas al autoconocimiento, a la creatividad, a la masculinidad ¿qué experiencia te queda de esas actividades?
-Las clases y talleres son el escenario de ciertos descubrimientos. En esos espacios de compartir conocimientos y búsquedas, muchos volvíamos a “entrar en el campo” y a “experimentar” lo que sentimos cuando estamos creando, o trabajando sobre nosotros mismos. Una vez que empecé a reconocer esa energía, aprendí a ser un canal de la energía que estaba manifestándose. La coordinación de grupos, la docencia, el acompañar a otros en su camino, trabajo y creación, se me unificó. A su vez, trabajar con esta energía, propia y grupal, me desempañó espejismos muy personales.
-El autoconocimiento atraviesa casi toda tu obra donde, sin embargo, no falta una observación social sobre el estado de la cultura en sentido colectivo; en “El artista como buscador espiritual” decís, por ejemplo, que “la reconquista de la conciencia, el despertar” es también “una cuestión política”. ¿podrías ampliarnos la idea?
-Todo es política. Hacerse el tonto, mirar para otro lado entre el drama que estamos viviendo, suponer que todo se va a encaminar solo, dejar hacer sin rebelarnos… todas estas, incluyendo la pasividad, son posturas cómplices con la dominación. Hemos perdido la batalla; la de un mundo mejor; el sueño de muchas generaciones; la idea humanista de progreso. Lo que daba un sentido profundo, personal y colectivo a lo que hacíamos ha sido sepultado por el neoliberalismo, el servilismo de algunos políticos a las grandes corporaciones, el impulso de codicia de los que más tienen, el sálvese quien pueda y los controles que los algoritmos ejercen en nuestras vidas…
-Es un panorama desolador ¿Cómo se sigue?
-Bueno, nos queda un único campo donde no pueden entramparnos: el de la autoconciencia. Pueden robarnos palabras sagradas como libertad o rebeldía y poner sus significados profundos al servicio de los negocios y el mercado, pueden quitarle valor a todo cuanto nos inspira, lo solidario, la empatía… pero aunque el voto popular haga creer que eso es lo que quiere la mayoría, no pueden robarnos el espacio en la conciencia donde percibimos y nos damos cuenta de que la mayoría de los que gobiernan el mundo y retienen el poder, están acelerando el ecocidio. Podemos despertar, no ignorar lo que percibimos, visibilizar que pueden ganarnos la batalla en el plano material pero no hacer con nosotros lo que quieran. Podemos desarticular los discursos y así atemperar los desbarajustes que van encadenando. Abrir conciencias es un activismo político.
-Es notable que desde “Punk la muerte joven” (1977), y hasta “Búzios…” (2024) ––donde mencionás a Charly García, David Lebón, Claudio Gabis, Javier Martínez– la música está presente de un modo u otro en cada texto tuyo. ¿Cómo nació eso? ¿Tocás o tocaste algún instrumento?
-Desde muy chico lo mío es expresarme a través de lo que escribo. En la adolescencia, eso que buscaba para ser leído empezó a rozar la sustancia de lo que tendían a incluir las canciones de Javier Martínez, Moris, Spinetta y otros pioneros. Esos mensajes en la música me llegaban más directo, involucraban más mi cuerpo que cuando leía. La incapacidad para cantar o actuar me hizo ver que yo era una prolongación de otro instrumento: mi Olivetti 22. En infinidad de páginas salidas de su rodillo intenté atrapar eso que contenidos poéticos y melodías me transmitían a nivel emocional.
-Tu anteúltimo libro “El artista como buscador espiritual”, pareciera ser una condensación de esa gran búsqueda mayor que venís desarrollando a lo largo de tantos proyectos literarios y editoriales ¿Vos lo evaluás así? ¿Cómo nos presentarías lo medular de ese trabajo reciente?
-Allí intento construir puentes entre lo que sucede en la actividad creativa y las preguntas fundamentales que nos hacemos en algún momento de nuestras vidas: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿para qué estoy acá? No tengo respuestas, pero encuentro muchas similitudes entre la práctica de algún arte con la práctica para expandir nuestras percepciones. Ambos caminos son en esencia el mismo: procesos en los que se nos presentan escenarios que pueden o no ser reales, pero que contienen fuertes cargas simbólicas. Esos “llamados” no provienen apenas de nuestro deseo de encontrar algo novedoso, sino también del ser que hay en cada uno. De ese ser que somos en éste y otros planos, asequible solamente en la propia experiencia.
-Decís textualmente en ese libro que “la vida del planeta Tierra y de la especie humana ya está en una zona de peligro”.
-Así es, a la luz de la catástrofes ecológicas, agotamiento de recursos naturales, pandemias, manipulaciones biológicas e informáticas, colapso del sistema capitalista, robotización de los trabajos mecánicos, hambrunas, autocracias que impondrán nuevas normalidades. Por eso veo muchas correlaciones entre el no future de los punks y el “no futuro” actual. Habrá un después a esto, pero será muy diferente a como lo imagina nuestra mente automática. Es hora de que empecemos a leer señales antes de que se ponga aún más en riesgo nuestra existencia física.