La cantante, bombista y compositora cordobesa Paola Bernal se presentará el próximo sábado en la sala porteña La Tangente para celebrar el Premio Gardel logrado por su más reciente disco “Agua de flores”, pero consecuente con su andar estético y político advierte: “más que festejar un reconocimiento de la industria voy en busca de lo que nos encuentra como seres humanos”.
“Es maravilloso presentar un disco en Buenos Aires y traer un poco de nuestra idiosincrasia hacia acá, pero creo que la música es inherente al ser humano, nos encuentra en el abrazo y reestablece ciertos órdenes”, postula Bernal durante una entrevista con Télam.
La nueva saga de funciones en torno a “Agua de flores”, material con el que interrumpió un silencio discográfico de ocho años, tuvo una primera velada el viernes último en la sala cordobesa Pez Volcán.
También acompañada por Joel Costas en guitarra eléctrica, Pampi Torre en guitarra criolla, Diego Bravo en mini moog y César Elmo en batería, Paola cantará desde las 20 en el local sito en Honduras 5317 donde, además, se sumarán participaciones de Bicho Díaz, Juan Iñaki y Juan Martín Medina.
Nacida hace casi medio siglo en Cosquín, donde todavía reside, antes de “Agua de flores” Paola publicó los álbumes “Esperando tu llegada” (2004), “Por el camino” (2007) y “Pájaro rojo” (2011) desde donde perfiló una manera de poner su arte –expresado en la música y la danza- en permanente diálogo con el entorno natural y social de su territorio.
En paralelo con poder disfrutar de lo que generó su más reciente disco, la artista además confluye con su coterráneo, el vientista Medina y con el santiagueño Jorge Luis Carabajal en el proyecto artístico colectivo “La ira de Atahualpa”.
-¿Qué tiene de particular este presente artístico donde el reconocimiento se combina con tanta actividad?
-Para mí lo central es poder plasmar lo que tengo para decir, porque no es que a mí me urge el disco como una necesidad sino poder tener una mirada sobre las celebraciones y sobre las muchas luchas en las que participo y entonces pasa por creer en esas canciones y en lo que ellas aportan.
-Buena parte de esas peleas que te convocan tienen que ver con lo socioambiental en momentos donde, por ejemplo, un sector de habitantes del Valle de Punilla están en conflicto por la construcción de una Autovía…
-Quienes vivimos los incendios, el desmonte y el avasallamiento nos interpelamos sobre cuál es la tarea del que canta, cuál es nuestra acción cultural, sino es estar en compromiso con lo que nos importa a todos. Esa postura, que también nos hace movilizarnos por la Ley de Bosques o ser parte de la Marcha por el Agua que este último verano cumplió su 15° edición porque vivimos allí, porque elegimos esa lucha, por ejemplo nos alejó del Festival de Folclore de Cosquín porque allí se quisieron sostener algunas cosas que tienen que ver más con entretener que con crear una conciencia, que para mí eso es lo que debe hacer el arte. Cómo no involucrarse cuando la emoción es lo que de alguna manera te compromete con la música y con todo. Por otro lado, la Autovía sigue avanzando y los activistas que están más al frente tienen causas penales pese a que la carretera es algo totalmente ilegal porque atraviesa lugares que han sido declarados reservas antropológicas pero como los intereses son mayores se han ido silenciando un montón de esas cosas.
-Esa postura tiene consecuencias…
-Claro, pero me duele realmente la hipocresía de cantarle al río Cosquín y vivir del río Cosquín como Festival y de pronto destruirlo y estar un mes entero sin agua. Vivo a dos cuadras del río y este verano fue la primera vez que no pudimos meternos en toda la temporada. Yo ya voy a cumplir 50 años y sé que lo que pueda tener que ver con las cuestiones de la industria me parecen maravillosas, pero a mí me duelen otras cosas y entonces me parece que ese es el sentido de la música y también de nuestro compromiso para con las luchas y para establecer una fuerza capaz de seguir sosteniendo un sentido.
-¿Algo de eso tendrá que ver con el nuevo proyecto musical “La ira de Atahualpa”?
-(risas) Creo que de alguna manera remite a una ira que tiene que ver con la fuerza, con el empuje y con mi propia ira con la colonización de todo. Ciertamente lo que me gusta también tiene que ver con estar compartiendo con afectos y con disfrutar de hacer música. Primero los tres hicimos un disco en vivo que empezó a capitalizar lo que somos como grupo y otro que estamos haciendo ahora en estudio y que ya estamos terminando donde hay canciones propias, otras del cancionero que son las que nos resuenan y de autores contemporáneos que están a nuestro alrededor y que nos van retroalimentando. Estoy feliz porque es un colectivo, una manera colectiva de hacer música y de hablar de un mismo territorio y de cosas que necesitamos replantearnos y decirnos a nosotros mismos sobre dónde nos concentramos para seguir sosteniendo nuestra identidad.
– ¿Qué sentís que aportás a ese movimiento?
– Pienso que nunca ha tenido una forma determinada mi música y siempre me ha costado estar en las formas. Mucho tiempo me llevó esa contradicción hasta descubrir que mi abuela era nieta de un cacique comechingón y entonces el ser india me remite mucho a ese canto que es el canto inicial humano que no tiene una forma, sino que tiene una emoción.
– Además sos parte de una movida musical muy particular y muy potente que se da en los valles cordobeses…
– Eso es algo maravilloso verdaderamente porque no pasa en otros lados, pero es algo que nosotros hacemos y también lo gestamos. En Córdoba hay un territorio de trabajo permanente de desarrollo y de mucho público que nos sostiene, que nos acompaña, porque no es solamente que compra una entrada o va a ver un espectáculo, sino que nos reconoce como parte de una comunidad.