Entre el misticismo y la búsqueda de sí, el Museo de Bellas Artes homenajea con la muestra “Alfredo Hlito. Una terca permanencia” al pintor y ensayista en el centenario de su natalicio y a 30 años de su fallecimiento, a partir de una nueva lectura sobre el archivo del artista, que desde el arte concreto de sus comienzos viró a una intimidad ligada a lo espiritual con sus series “simulacros” y las enigmáticas “efigies”, que podrán ser contempladas en la exposición que se inaugura este jueves.
Curada por María José Herrera, las 105 pinturas que se exponen trazan una cronología que es a su vez semblanza, donde los textos, pinturas y bocetos del artista dan cuenta de la “metamorfosis” que se produce en su obra desde la década de 1960 y la aceptación de un trabajo distanciado de su pertenencia al grupo del Arte Concreto Invención que le había dado reconocimiento.
Pintor, escritor y ensayista, Alfredo Hlito (Buenos Aires, 1923-1993), hijo de sirios e italianos, algo que permea una aparente relación entre sus efigies y la iconografía cristiana oriental, dedicó los últimos años de su vida a pintar y reflexionar sobre el arte, pero desde un lugar diferente.
Tras un breve paso por la escuela de bellas artes completó de modo autodidacta su formación en artes y filosofía. En los años 40 fue parte del movimiento vanguardista no figurativo que culminó en la Asociación Arte Concreto-Invención junto a Tomás Maldonado, entre otros, y hacia 1946 firmó el Manifiesto Invencionista, lo que lo llevó a escribir sobre estética y teoría del arte -destacan en el texto curatorial-, pero sin abandonar su labor como pintor y diseñador gráfico; actividad esta última que lo llevará a desarrollar en México (1964-1973), exponiendo a su regreso al país, la serie de efigies y simulacros, objeto de la actual exposición.
Hlito escribió artículos, ensayos y notas personales donde reflexiona “acerca de las condiciones de la práctica pictórica, el arte argentino y el internacional”, referenciados en los ideales revolucionarios y la época de posguerra, algo que fue mutando durante su permanencia en el extranjero. Sin embargo, aclara Herrera, “Hlito nunca renegó de su obra y escritos previos en la que creía”, aunque también escribió en 1974: “Espero poder pintar con el desapego con el que pinté en México”, alejado de “esa valoración de un arte que sirva la sociedad” que en definitiva es “ilusión de realidad”.
“Sin las palabras, la obra de arte permanecería encerrada y confinada en su singularidad material”, cita la curadora la afirmación del artista de 1958, desde la cual aspira “a que la palabra zanje el abismo que media entre la obra y su interpretación”. Y esta idea tomada como excusa le permite disponer en el presente las pinturas, bocetos y textos en las salas 37 a 40 del primer piso del museo proponiendo un ensayo detenido en una poética íntima.
Algo que intrigaba a la curadora era la efigie, “ese personaje que crea, con el que habla”, y por ello rescata en el título de la muestra a “Una terca permanencia”, basado en un relato corto donde Hlito “cuenta cómo la efigie lo persigue, la ve agazapada en las esquinas, que la tortura, deforma, cambia y así todo sigue apareciendo, en un diálogo interior que es literatura”. Y agrega una anécdota contada por la hija del artista: el pintor sentado frente a un cuadro sin terminar leyendo una novela policial, mirando de vez en cuando la tela, leyendo. Así aparecían las imágenes a ser pintadas.
“Hlito tuvo un tipo de ejercitación mental muy particular en la cual logró niveles de conciencia que no son los del sueño o la vigilia”, como una especie de meditación permeada por registros ajenos a los cotidianos habituales. Un ejercicio de enfoque y desenfoque, “una objetivación del objeto para entrar en una sintonía diferente”, rescata Herrera.
Para dar cuenta de esta particularidad, en los QR disponibles estarán enlazados textos como uno sobre la pintura “Efigie y testigo” que dará cuenta de la representación del testigo como ese “cuarto estado de conciencia según los Vedas”, porque “el testigo es el que ve y al ver le da entidad a la cosa, es el que contempla tu propia vida, algo que coincide con la física cuántica y el valor del espectador en la determinación de la materia”, explica.
Autor de libros como “Dejen en paz a la Giconda” y “Escritos”, formulaba la idea de que “el artista tiene que producir sus propios mitos”. De personalidad solitaria, ensimismada, cuenta como anécdota que el pintor en su taller, donde podía quedarse horas, decía: “hoy no toqué un pincel, estuve mirando y viendo cómo la imagen cambiaba delante de mí”. Pero Hlito también tenía su sentido del humor, y confundía a los críticos nombrando efigie a los simulacros y viceversa.
En la muestra, las obras agrupadas cronológicamente dialogan con los pensamientos del artista permeando sus teorías estéticas y filosóficas, centrándose en la efigie, un “retrato de alguien notable que ya no está”, producto de la lectura atenta del archivo guardado por la familia.
Sobre los simulacros que comienzan en 1962 “con líneas que van para todos lados”, los define como “distintas posibilidades de cosas pero todas ficcionales” que acompaña con “una teoría de la imagen” desde la que dice: “las imágenes no son el cuadro, o sea, el cuadro es el cuadro, la imagen está sobre el cuadro, pero aunque no lo este, está de manera fantasmática, simulácrica”. Y agrega la curadora que esta teoría de los simulacros precede a pensadores como Jean Baudrillard y Gilles Deleuze.
“La efigie, su efigie, es ese simulacro de identidad que él va buscando, porque algo claro que está en sus sus archivos es la búsqueda personal acerca del conocimiento de sí mismo”, indica.
“Esa imagen personal, y eso se ve en los textos, es paralelo a esa búsqueda personal de perfeccionamiento porque el tipo se lee que lo suyo es nada y no vale y después se describe contento porque encontró una solución, un día está feliz y otro día se quiere morir”, sostiene Herrera.
La exposición es un ensayo basado en “interpretaciones de sus imágenes, silenciosas, enigmáticas y sugerentes”, que no solo bucea en los “estados de conciencia artística que dieron forma simultáneamente a las efigies y al concepto de simulacro”, sino que lo muestran como un adelantado ya los 60, a las formulaciones un Jean-François Lyotard acerca del arte contemporáneo en los 80, aunque sin hablar de posmodernidad, pero manifestando esa fragmentación patente.
“Hlito dice que la crisis que estamos viviendo habilita a que haya diferentes mundos, ya no va a haber un barroco nunca más, hoy está el mundo de la televisión, el del fútbol, un mundo fragmentado, lo dice a principios de los 80, y ahí es cuando se anima a hacer una narración, hace una historia abstracta”, apunta la curadora.
“Se anima a narrar, algo para lo cual debió haberse concedido permiso antes, a partir de percibir que el mundo se fragmentó, que esa utopía con la que nació y empezó y ya no sentía o de la que no podía dar cuenta”, explica sobre los ideales de las vanguardias e ideologías que “parecían haber terminado para siempre”.
Objeto de una retrospectiva en 1987 en el MNBA, en el Centro Cultural Recoleta en 2003 y en Untref en 2016, la exposición actual se distancia al no incluir “el arte concreto”. Los motivos son varios, destaca Herrera: la falta de espacio, que la mayoría de las obras de arte concreto están en Europa, pero la fundamental, es la decisión de reivindicar y que “se vea, entienda e interprete el Hlito que es más él, que es su imagen personal y original, aunque lo demás es maravilloso y lo ha hecho famoso internacionalmente, pero él es mucho más de lo que tributa al constructivismo ruso o a Mondrian y otras corrientes”, dice.
Se trata de una apuesta curatorial interpretativa que la diferencia de muestras que suelen ser más históricas, es “un ensayo acerca de Hlito, y esta es la clave, se trata de una interpretación en base a distintos marcos” que la llevan a afirmar que “Hlito es un pintor que hace pintura religiosa” influenciado por la iconografía religiosa, algo evidenciado en el abordaje de “un tipo de figuración mucho más icónica, a partir de los 80”.
En las salas están sus efigies con manto, las yacentes como Cristo, verticales o más lineales, “cubistas”, así como las redondeadas a las que llama orgánicas “de marcada esteatopigia” de los ´80 que emulan a las venus prehistóricas.
Las que miran a otras o están en un paisaje, las integradas en un friso como gramática y se describen narrando. Pero también están esas figuras que recrean a los cicládicos griegas de rostros pétreos, esbozados, de un pintor que “a pesar de ser figurativo tiene una concepción del espacio muy abstracta”, aclara.
Los títulos advierten esta cercanía temática: “Efigie con manto”, o la “Efigie de las rocas” que remite a la Madonna de las rocas, por ejemplo, o en “Particiones” (1993) con un paisaje donde “un eremita mira una ciudad que es una Zigurat de efigies, en un espacio celeste”. También aparece el meteoro o la estrella, la proporción áurea, y da otra pista: en los bocetos de esta serie se lo nombra como “Exilio, ciudad lejana, ciudad celestial, melancolía”.
Pero en ese devenir también conecta la curadora el archivo con algo no explicitado por Hlito, y es la relación con las piedras talladas mesoamericanas, sólo desde lo místico, o el uso de una composición como la iconostasis ortodoxa para acomodar sus efigies.
“Sigue siendo un figurativo desde la valoración de la abstracción, por eso sus imágenes son tan difíciles de leer”, dice Herrera, porque “la abstracción no tiene referencia al mundo fenoménico”.
La muestra podrá visitarse hasta el 15 de octubre en Av. del Libertador 1473, Ciudad de Buenos Aires, de martes a viernes de 11 a 20, sábados y domingos de 10 a 20, con entrada libre y gratuita.
Fuente: https://www.telam.com.ar/notas/202307/635212-bellas-artes-homenaje-alfredo-hlito.html